“Ahí fuera está, respirando como si fuera un león.”
- Adela.
Una mujer camina sola de noche. Oímos sus pasos, la vemos caminar, agarrar su bolso, mirar hacia atrás con inquietud. En un momento dado, la mujer, aterrada, se queda quieta.
Los pasos no.
Todas las Hijas es la historia de cinco actrices que están ensayando. La obra es más que conocida, tanto para ellas como para el público. Pero esta noche es diferente. Esta noche el teatro escapa a su control y las palabras que escribió un hombre hace más de 80 años parecen describir la historia de sus propias vidas. Las posee, las hipnotiza, les hace sentir, pensar, compartir. No, esta noche no van a ser capaces de dominar las tablas. Esta noche es la obra la que se apodere de ellas.
Sobre el escenario empiezan a difuminarse los límites entre realidad y ficción, entre sueño y pesadilla, entre teatro y vida. Los hombres con los que han compartido su cuerpo se convierten en monstruos, en pasos sin dueño y en sombras cada vez más oscuras y deformes. El deseo, como un caballo garañón que da coces encerrado en el corral, fagocita a la razón. La sombra de quien les dio la vida trata de devorarlas y ellas, consumidas, se van sumiendo en el absoluto terror de verse convertidas en la madre. El miedo, cual cuerda que aprieta sin piedad el cuello de una chica cegada por el amor perdido, empieza a ahogarlas desde su interior.
Pero estas cinco mujeres no van a dejar al miedo encerrado, campando a sus anchas ahí dentro, apoderándose de su identidad y convirtiéndolas en tierra quemada. No piensan permitir que les coma por dentro, las deje vacías y tome el control de sus voluntades. No. Esta noche Todas las Hijas se unen para enfrentarse a todo su catálogo de miedos, incluido el miedo al miedo mismo. Y si no son capaces de vencerlo, de hacer que esos pasos fantasmas dejen de sonar, por lo menos piensan hacerlos frente.
Porque ahora saben que el miedo no hay que guardarlo dentro. Ahí se enquista, se apodera de ti, obligándote a hacer cosas que no quieres, o a no hacer cosas que sí quieres.
Al miedo se le saca para fuera, se le agarra de las solapas y se le grita en la cara: Tú no vas a controlar mi vida. Al miedo no se le intenta enterrar en el olvido, porque no hay nada malo ni extraño que exista. Ser fuerte es ser vulnerable, es saber que hay sombras que pueden hacerte daño y asumirlo. Conocer esas sombras. Entenderlas. Respetarlas. Y luego obligarlas a dar la cara y a hacerse a un lado mientras intentamos seguir con nuestras vidas.
Al miedo no hay que escucharlo, pero tampoco ignorarlo. Si le dejas, el miedo te posee, como un demonio. Y a los demonios hay que exorcizarlos.
Eso es Todas las Hijas. Una obra sobre el miedo para vencer al miedo. Una obra sobre nuestra vida para no olvidar nunca de que solo nos pertenece a nosotras. Un obra sobre el pasado que nos ha tocado sufrir, el presente que luchamos cada día y el futuro que no vamos a permitir que nos robe nadie.
Aunque los pasos no dejen nunca de sonar.
David Caiña
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